Violeta Kesselman
(Buenos Aires, 1983)
Publicó Intercambio sobre una organización (Blatt&Ríos, 2013) y Morris (Palabras Amarillas, 2019). Integra la antología 30.30: poesía argentina del siglo XXI (Editorial Municipal de Rosario, 2013). Junto a Ana Mazzoni y Damián Selci compiló La tendencia materialista. Antología crítica de la poesía de los 90 (Paradiso, 2012).
poemas
Del libro "Morris" (Palabras amarillas, 2019)
El contexto estaba cubierto por una fina capa de polvo, imperceptible, donde, como en la borra, alguien podría haberse tomado la molestia de tratar de leer el futuro. El futuro decía: apúrense. Con mala letra y mala intención, con faltas de ortografía, la frase estaba escrita en los autos de los compañeros que recorrían provincia, en los pasillos de los trabajos donde trabajaban, borroneada, puesta con una birome en un papel mientras se hablaba por teléfono. La tinta limón, elegante, se había convertido en algo mucho más cercano, al alcance de la yema del dedo: dibujos en el polvo adherido, que de tan expuestos se mimetizaban con su alrededor. El futuro también decía: olvídense de la velocidad. Esto era evidente. Cualquier construcción que se preciara se preciaba de olvidar la velocidad y mantener la paciencia incluso ante el vacío, incluso ante la horda de descerebrados con prensa que cantan loas, incluso en lenguaje clandestino, al liberalismo. La paciencia se sostenía o debería haberse sostenido en todo momento: al leer de reojo, entre ex amigos, ante la puerta que se abre y salen a apedrear, junto a la que en la cola del banco quería empujar a los pobres; al lado de la otra, que rechazaba la lógica que le metía la mano en el bolsillo y le dejaba de prepo unos billetes que con menos violencia nunca podría haber soñado ni en fotocopia, frente a los que lamían una foto de Bulgheroni en Afganistán, frente a los que lamían la foto de ex compañeros y se pegaban por no ser como ellos, o no ser, o no tener, en síntesis, se miraban las manos negativas y moqueaban. Se escuchaba una jerga política discontinua, hablada por otros miles, que se interfería con todas las otras jergas, a las que por momentos aquella contrarrestaba hasta anular, para luego, en un oleaje retrógrado, volver a ser disminuida, casi verse anulada ella misma, infinitésima, discontinuada ahora sí en apariencia definitivamente, para luego, en el retroceso del oleaje retrógrado, comenzar a revitalizarse, interfiriendo de manera necesaria con las jergas ajenas; y así como el sol sale o cae a una velocidad imperceptibilísima para el ojo pero no para la mente, no se lo ve salir o caer pero efectivamente sale o cae y efectivamente finalmente es de día o de noche, había un repechaje, el zumbido crecía victorioso, martillando a todas las otras jergas, triunfalmente continuado, ensordeciente. Con la misma fe del Evangelio pero disputando con él la conducción de las almas.
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Una bala lumínica en el cielo. ¿Por qué? Una ruta, de noche, con sueño, los ojos secos, por la ventana casas discretas, aisladas en medio del precapitalismo, un cuadrado lejano de luz que al ojo parece de un centímetro y medio, no puede deducirse qué tipo de vida llevan los que están ahí. El teléfono iluminado guarda palabras con faltantes y excesos, escritas de manera robada a otra lengua que no se conoce ni se va nunca a aprender, fievre, zebra, zero, formas de escribir que nadie sabe cómo se escriben, la hache exótica, aparece y suenan las danzas del vientres, es mejor así, es una cuestión de azahar. El que pierde no acompaña, junta limones del piso y lleva consigo un bidón de nafta y un encendedor y está listo o lista para prender fuego la construcción entera del que ganó. Sin sonido, se les lee en los labios lo que están diciendo como un insulto: v a n g u a r d i a i l u m i n a d a. Lo meditan, lo deletrean con bocas sin saliva, lo dejan caer sin hacer nombres en los diarios. Juntan limones. Una minoría bien constituida tiene dentro el virus de la mayoría, la capacidad de inocular con sí misma todo lo que está al lado, y al lado de al lado, yuxtapuesto, adyacente, circunvalado, hasta tocar su límite casi al límite del distrito, donde parece que ya no hay sonido ni movimiento, ni tiempo, y luego volver hacia atrás, retraída, electrocutada por una fuerza contraria, perdiendo cuadros, recursos, poder, masas. En ese punto el centro de la supervivencia de la fuerza vuelve a ser la minoría, el grupúsculo que dedica horas de sueño a estar fuera del sueño. Dicen que el tiempo se está cerrando… ¿Como qué? ¿…Una concha revestida de dorado? Risas… Dicen que el tiempo se está cerrando, que al sol cada día es blanco. Que la resolana te persigue. Que quieren eliminarte como a papel moneda en desuso. Que quieren retirarte de circulación clamando tu prescriptibilidad. La derecha estaba construida en piedra, granítica y rasposa, para durar siglos. A eso había que oponerle la duración de las moscas, indestructibles, intercambiables.
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Se ríen de que la jerga era ininteligible, más un resabio que una lengua. Después de 1930. Después de 1955. Después de 1967,2. Después de 19742. Después de 1995. Se había vuelto un código morse balbuceado en un sótano por quince refugiados que tenían cada quince años una derrota. Eso decía la tos liberal, ahora con gotas de flujo. Café erizado de azúcar en la calle a las 5:30 de la mañana, el aire entra frío al cuerpo y deja pringosa la lengua. Si los ricos te dicen que no pensaste, dedo que pasa por un círculo de dedo. Si los ricos te dicen no pensás, las plateadas cordilleras de Chile. Si los ricos te dicen no pienses, sonrisa de mono. Un perro pisoteado y esparcido por la ruta, la bandita que tiene el gobierno quiere extingirlos. No exterminarlos: que se exterminen. De haberlo poder hecho habrían podido hacerlo. Buscaban, cada mes, empujarlos a su destrucción. Gritaban en la cara: demasiada perseverancia lleva a la aniquilación. Se invertía la ecuación según la cual el tiempo era dinero. Era el revés: el dinero era tiempo. La derecha compra tiempo y paga buenos colegios con bancos de fórmica llenos de instrucciones en runas suecas. Compra tiempo y paga un auto con forma de bala lumínica para ganar tiempo. Compra tiempo y compra el tiempo que tarda un balde de plástico en subir a la superficie lleno de cemento. Instilaban en la masa una paciencia orientalísima mientras ellos, en lugares elegidos, acero con cristal, aprendían la toma del poder. La aparición de una fuerza contraria reclama su neutralización. A ellos sólo les basta con durar.
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Es de noche en algún lugar y los ojos se cierran con un pensamiento. Hormigas entran y salen de una rajadura en medio de la oscuridad. En la primera forma del futuro un equipo de la televisión europea viene a hacer entrevistas a los vencidos. Objetivo: inocular melancolía. Mensaje: la cultura desplaza la política / la derrota desplaza la victoria / el documental desplaza el gobierno. El caballo desplaza el carrito. En una oficina europea de posproducción la que pone los subtítulos tiene los ojos húmedos: la transformación del orden social falló, y eso es triste, pero la transformación del orden social falló, y eso es mejor.
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El cerebro del nacido, su hijo, su hija, una consola con comandos blandos como manteca que permiten, luz blanca, o prohíben, luz negra, combinaciones en la lengua de la madre. En este idioma en particular existe un sintagma disponible, uno de los peores, que describe bien el objeto: la más voz más amada. En qué sentido: en el sentido de requerida. En qué sentido requerida: en el de estridente, debajo de la lluvia, parte de un proceso que en un momento es una idea y en otro momento es una ejecución material como es material un pico que pica un cráneo. Después de no dormir, o dormir mal adentro de un micro de larga distancia detenido en una plaza lluviosa, gente húmeda, debilitada por el exceso de ácido láctico, la voz rebota por los costados del predio y llega, múltiple, a un doppler del control y el descontrol, hola hola hola hola están ahí. La voz requerida, vuelta a oír solamente en videos durante meses, vuelve a salir del escenario donde está la conducción, después de meses de oírla solamente en videos, vuelta a oír meses después, en el escenario, se vuelve a oír vuelta a salir del escenario donde está, después de meses. Las emociones pueden durar, puede ser, pero más dura todavía lo que tiene un pivote en el esclarecimiento. Lo que tiene nombre dura más que lo que no tiene. Lo que muere con deseo dura más que lo que se extingue. Lo que con cara blanca asusta al que quiere extinguirlo dura más que lo que se entrega laxo. Lo nombrado por un sintagma pavoroso dura más que lo que se designó entre gallos y medianoche. Esto dura más que lo otro. Alguien llama a esto una experiencia anacrónica. Alguien llama a esto una experiencia única. Alguien llama a esto una experiencia crística. Alguien llama a esto estar a las puertas del fascismo. Alguien llama, es un número desconocido en un teléfono que no se puede atender porque la lluvia no permite atenderlo. Alguien llama, es un número que queda enterrado en el teléfono que está hace horas sin batería, en el fondo de un bolso oscuro como un útero, o como una cáscara y un útero, ahí no hay estrechez